¿Quién tuvo una asignatura en la carrera llamada “Objetividad y neutralidad en el desempeño profesional”, “Cómo separar el yo personal del rol profesional”, “Atención a personas sin implicación personal” o algo similar?
Quizá algunos afortunados tuvieron un profesor/a que les hablase de la importancia del auto-cuidado del profesional, o incluso de las emociones del profesional y el trabajo sobre uno mismo como parte fundamental de la formación de, al menos, los psicoterapeutas. Aún más transgresor habría sido alguien que nos preguntase: ¿pero qué es una actitud “neutral”? ¿cómo se articula con un trabajo, por definición, relacional?
Mandato formulado, misión encomendada: “salir al mundo laboral, a acompañar, guiar, diagnosticar, curar, enseñar… acercándonos lo necesario pero siempre con profesionalidad”, sin mezclar lo personal con lo profesional y, ahí viene una bella paradoja: “con empatía pero sin perder la objetividad”. Ala, hecha la advertencia, listos para ejercer.
Y resulta que una advertencia no es suficiente, no nos enseña, más bien nos culpabiliza. Somos personas, no tenemos compartimentos separados donde alojar nuestro “yo personal” y nuestro “rol profesional”.
Tener sentimientos no te convierte en un mal profesional. Identificarlos, entender qué está pasando y saber utilizarlos sí es fundamental para el buen desempeño de tu labor. Psicólog@, psiquiatra, trabajador/a social, enfermer@, educador/a, maestr@, profesor/a,… ¿Dirías que tu estado de ánimo y claridad mental son similares con cada una de las personas con las que trabajas? ¿Independientemente de sus cualidades y actitudes personales? ¿Y que es algo que no afecta nunca a tu trabajo (para bien o para mal)? Y qué hay del ambiente laboral, las relaciones con compañeros y la cultura institucional? ¿afectan en algo a tu desempeño? ¿Se refleja en tus intervenciones?
Así es, no somos impermeables al contexto en el que estamos inmersos ni a las características de las personas y situaciones con las que trabajamos. Cada uno de esos elementos es susceptible de tocar una u otra “tecla” en nosotros, a menudo de manera sutil, pero otras de manera más intensa. Teclas que activan nuestra memoria emocional y, sin que nos demos cuenta, hacen que “nos enganchemos” con una persona/ situación, entrando en bucles de los que a veces es difícil salir, precisamente porque estamos “enganchados” y nos cuesta a acceder a otros puntos de vista.
En las profesiones de atención, educación y cuidado el vehículo principal es la relación. Y para el desempeño de nuestra labor tenemos un instrumento fundamental: nosotros mismos. Así, resulta imprescindible tanto para nuestra salud psicológica como para una atención de calidad, conocer bien ese instrumento. Las gafas con las que cada uno percibe la realidad están hechas de la historia personal, las experiencias de vida, la formación académica, el contexto de trabajo, etc. Tomar conciencia de esas gafas, descubrir nuestros puntos ciegos y nuestras visiones favoritas es un paso fundamental para conjugar la responsabilidad profesional y el bienestar personal.
El enfoque sistémico es un mapa útil para analizar las interacciones entre contexto, individuo, yo personal y rol profesional. Y la información de que disponemos sobre el funcionamiento del cerebro emocional nos da pistas de cómo trabajar para reducir esos “enganches” que nos encierran en bucles repetitivos. Nuestras sensaciones y emociones pueden dejar de ser un obstáculo para convertirse en una valiosa herramienta.
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