Decía el señor Murray Bowen, que el crecimiento personal consiste en ir avanzando desde la fusión natural del bebé con la madre hacia la autonomía emocional. Sabemos que hemos conseguido esto cuando podemos guardar la mente clara en momentos emocionalmente complicados, mirar las cosas con perspectiva, mantener una postura sin necesitar a toda costa el apoyo de los demás, respetar la diferencia y tolerar la crítica desde la tranquilidad. Bowen decía entonces que la persona había podido convertirse en «una unidad emocional completa».

¿Y qué pasa si no? Este autor explicaba que las personas que habían avanzado aún poquito en este proceso dependen o se ven muy afectados por los sentimientos/opiniones de los demás, tienen reacciones emocionales automáticas que necesitan de una respuesta inmediata, viven los desacuerdos con mucha angustia y sus sistemas afectivo e intelectual se mezclan haciendo difícil la reflexión en momentos de tormenta emocional. Ya no eres un bebé, claro, y no significa que necesites a tu madre para todo, aunque sí puede que sigas dependiendo de los otros sin que te hayas dado cuenta. Bowen decía que cuando no habíamos llegado a la autonomía emocional funcionábamos como un «yo parcial» (vamos, que no está entero), que no tiene todo lo necesario para autorregularse y lo sigue buscando fuera (como hacía en la fusión con la madre).Y aquí llegan las medias naranjas!!

Aunque no sea el objeto de este post, sí me siento en el deber de mencionar que es en este tipo de dinámicas relacionales donde el terreno es fértil para las relaciones tóxicas.

Dicho esto, este proceso es un continuo, es decir, que no se trata de ser o autónomo o dependiente emocionalmente, sino de ir avanzando poco a poco hacia la autonomía. Todos estamos en el camino, que a veces es agotador. Quizá por eso volver a la fusión con otra media naranja a veces es inevitable. Dos medias naranjas («yo parciales») que tratan de completarse y complementarse para hacer una naranja completa («una unidad emocional completa»).

Y por qué no? Estoy segura de que hay relaciones que funcionan así y resultan satisfactorias para ambas personas. Pero me parece útil tener en cuenta que a veces, sin darnos cuenta, le pedimos a nuestra pareja o esperamos de la relación que nos haga sentir bien, realizados y completos. Y que, en muchas ocasiones, no es mi pareja quien tiene la «clave», por mucho que me quiera, tenga ganas de hacerme feliz y esté dispuesta a darlo todo por mi. Es como ir a la pescadería y pedir un solomillo de cerdo: no es que el/la pescader@ no te quiera dártelo, no le gustes lo suficiente o sea egoísta,… es que no tiene lo que pides. Desde esta perspectiva, darlo todo y tratar de completar siempre al otro, no siempre es tan buena idea… Nuestra «entrega» o «generosidad» a veces puede obstaculizar el crecimiento personal del otro.

Y eso es lo que intentan esas dos medias naranjas que en lugar de fusionarse prefieren andar juntas, asumiendo cada una su propio crecimiento. Se quieren, se gustan, se apoyan y se acompañan. La pareja es soporte de identidad y pertenencia, como una segunda piel (F.Calicis). En momentos bajos puede que la una o la otra haga una «propuesta de fusión»… Pero poco a poco volverán a sus posiciones. Cada una vive y se ocupa/o no de su crecimiento personal aunque, por supuesto, la relación en sí, el amor, la comprensión, la seguridad… son elementos que lo facilitan.

La gran Virginia Satir habla así del amor consciente (romántico o no): “Quiero poder amarte sin aferrarme, apreciarte sin juzgarte, encontrarte sin agobiarte, invitarte sin insistencia, dejarte sin culpabilidad, criticarte sin censurarte, ayudarte sin disminuirte. Si quieres concederme lo mismo, entonces realmente podremos reunirnos y ayudarnos a crecer mutuamente”